En las relaciones interpersonales, como es natural, pueden surgir decepciones, anhelos y faltas.
¿Qué ocurre cuando esto pasa?
A veces, las personas no quieren decir al otro su malestar, para no generar un conflicto, pensando que esté tendrá mayor efecto que guardar silencio.
¿Por qué?
Quizás, por el paso del tiempo.
Otras veces, por falta de compresión.
Tal vez, por miedo a la pérdida.
A lo mejor, porque hablar está estrechamente relacionado con el temor a la reacción de la otra persona, ya que cuando se habla de necesidades propias, el receptor lo puede recibir como una ofensa a su propio ser.
No cabe duda, que una vez que la persona entra en conflicto, este se queda instalado junto con su malestar correspondiente, manteniéndose activo. Y a pesar de decidir guardar silencio, eso que nos ha molestado se manifiesta de diversas maneras.
Porque lo que no se dice con palabras se dice con expresiones faciales, gestos, frases sueltas y acciones, y toda esta información encubierta, la recoge la otra persona, junto con su propia interpretación, que siempre será desajustada con lo que uno realmente quería decir.
De modo que muchas veces, no decir lo que a uno le ha molestado causa mayores conflictos que decirlo.
Lo que callamos, predispone a un enfrentamiento mayor.