Hay veces que somos verdugos de nuestro propio sufrimiento porque no sabemos relacionar el malestar que sentimos hoy con experiencias que nos ocurrieron en el pasado. No es tarea fácil encontrar la causa, sobre todo cuando hablamos de etapas tempranas. Esto nos aleja de reparar el trauma vivido, porque no se habla: permanece oculto.
Cuando necesidades básicas de atención, escucha, comprensión y cariño no fueron cubiertas, el adulto puede sentir un vacío interno ligado a la impresión de “no es suficiente lo que tengo”, aun teniendo un buen trabajo, familia y amigos. Lo mismo ocurre cuando se han vivido experiencias de rechazo, humillación o abandono: la herida emocional sigue viva y puede afectar a las relaciones interpersonales en el presente.
¿Cómo reconocer si una herida del pasado sigue afectándome hoy? En el día a día, ciertas situaciones pueden actuar como desencadenantes del síntoma, entendido como la manifestación subjetiva de un malestar que emerge de algo no resuelto:
“Duele el rechazo laboral de hoy porque conecta con el vacío vivido en la adolescencia”.
“Duele el miedo al compromiso porque conecta con unos padres que no demostraron amor”.
“Duele ser una madre tan estricta porque conecta con una educación rígida”.
“Duele ser tan exigente conmigo misma porque conecta con no sentirme válida en mi familia”.
“Duele necesitar tener todo bajo control porque conecta con el desamparo vivido en la infancia”.
“Duele ser altiva con los demás porque conecta con una crianza a base de gritos”.
Cuando el trauma no se ha resuelto, el dolor se infiltra en el presente de múltiples maneras. La clave no es negar ese malestar, sino reconocer de dónde viene y darle un lugar en nuestra historia. Solo así la herida puede transformarse en un recuerdo integrado.

Gran trabajo Eugenia. Enhorabuena por tus logros y los futuros, que con esta dedicación, seguro que vendrán. Orgulloso de ti