Incluso antes de nacer, el sujeto ya empieza a ser evaluado por su entorno: ¿será niño o niña?, ¿se parecerá a mamá —trabajadora, sensible y hermosa— o a papá —generoso, decidido y fuerte—? Desde allí comienza la construcción de quién soy. Antes incluso de poder verme, ya estoy siendo mirado por los demás, y son ellos quienes me otorgan un significado.
Calcular el valor de nosotros mismos, cuando en gran medida ya está determinado por los demás, puede tener un costo muy alto. Entonces, al mirarnos en el espejo, surge la pregunta: ¿quién es realmente la persona que aparece en él?
Por un lado, veo mi cuerpo, que no es más que las partes materiales que componen mi organismo. El cuerpo en sí mismo carece de significado; quien le otorga sentido es la imagen. La imagen que aparece en el espejo es la que carga con un significado, y este se construye a partir de las palabras, los silencios y las miradas de los demás.
Las palabras no se las lleva el viento: construyen o destruyen. Los silencios marcan ausencia o presencia. Las miradas pueden ser comparativas, violentas y prejuiciosas… o compasivas, cómplices y cercanas. El cuerpo recibe todo esto, y allí surge la discordancia entre el cuerpo que tengo y la imagen que veo en él. ¿Por qué? Porque no nos miramos objetivamente; nos miramos tal como fuimos mirados, hablados y sentidos.
Detente un momento frente al espejo: ¿la imagen que ves realmente te pertenece? Tal vez allí empiece el verdadero trabajo de mirarse; la respuesta, quizás, no esté en el reflejo, sino en cómo decidimos mirarnos.

Muy interesante
👏👏👏
Me gusta gusta mucho tu contenido
Eres muy grande Uge!
Sigue sumando
Eres una profesional como la copa de un pino!
Orgullo y respeto😘
Gran verdad y muy buena reflexión