Nuestro tiempo para sanar. Eugenia Martinez Psicóloga

El tiempo propio de sanar

Quiero invitarte a detenerte un momento en las conversaciones que mantenemos con las personas de nuestro alrededor, esas que forman parte de nuestro día a día. En ellas recibimos mensajes que, aunque muchas veces bienintencionados, pueden tener un peso difícil de llevar:

“¿Ya estás mejor?”

“¿Aún sigues mal por este tema?”

“¿Todavía vas a terapia?”

“Eres joven, puedes con eso y con más.”

“En dos días, eso se te olvida.”

¿Qué ocurre con este tipo de frases?

A simple vista parecen intentos de ánimo, pero en el fondo pueden invalidar el dolor y apresurar un proceso que necesita su propio tiempo. Nos recuerdan la incomodidad social frente al sufrimiento: preferimos que el otro “se mejore pronto” antes que acompañar su malestar.

El problema es que, cuando recibimos constantemente este tipo de mensajes, podemos empezar a callar lo que sentimos, convencidos de que “ya deberíamos estar bien”, aunque la herida siga abierta. Y así, el silencio se convierte en una carga añadida al propio dolor.

Sanar requiere escucha, respeto y paciencia, no frases rápidas ni juicios disfrazados de ánimo. Acompañar significa estar presentes, sin necesidad de acelerar lo que todavía necesita tiempo.

Estos son algunos de los ejemplos que mis pacientes suelen traer a la consulta, frases recibidas de su círculo familiar o social más cercano. Es importante recordar que, en la mayoría de los casos, quienes las dicen lo hacen desde la buena intención y el deseo genuino de que estemos bien y seamos felices.

Sin embargo, detrás de estos mensajes se esconde muchas veces una idea implícita: “no tardes demasiado en estar bien”. Y aquí surge la reflexión: ¿realmente nos ayudan, o más bien nos conectan con la culpa?

Cuando recibimos frases como estas, pareciera que existe un tiempo límite para estar mal. La persona puede sentirse obligada a imponerse mandatos internos, como:

“Tengo que poner buena cara a los demás.”

“Tengo que aguantar la carga de trabajo porque soy joven.”

“Tengo que ser feliz porque no me falta nada.”

“Tengo que sostener la situación tal y como se espera de mí.”

El problema es que, por más que nos repitamos estos “tengo que”, todo proceso de curación sigue su propio ritmo. No hay un patrón estandarizado ni un “tiempo óptimo” para estar bien. Cada persona es única y sus tiempos también lo son.

Tal vez lo que necesitamos no es apurar ni exigir, sino aprender a cambiar la manera en que expresamos nuestro deseo de bienestar a los demás, ofreciendo compañía en lugar de prisa, escucha en lugar de imposición.

Muchas veces no reparamos en el impacto que tienen nuestras palabras. Un mismo deseo de bienestar puede expresarse de formas muy distintas:

❌ Frases que invalidan o apuran:

  • “¿Ya estás mejor?”

  • “¿Aún sigues mal por este tema?”

  • “¿Todavía vas a terapia?”

  • “Eres joven, puedes con eso y con más.”

  • “En dos días, eso se te olvida.”

✅ Frases que sostienen y acompañan:

  • “¿Cómo estás?”

  • “Veo que este tema es importante para ti.”

  • “Tómate el tiempo que necesites para conocerte.”

  • “Tómate un respiro, el descanso es necesario.”

  • “Ahora lo que necesitas es elaborar el proceso de duelo.”

El cambio puede parecer sutil, pero marca una gran diferencia: mientras unas frases imponen tiempos y generan culpa, las otras validan la experiencia y ofrecen compañía.

Sanar no es una carrera contrarreloj ni un camino recto. No existe un tiempo universal para estar bien, porque cada persona transita su dolor de manera única. Cambiar nuestras palabras es también cambiar la forma en la que acompañamos: dejar de imponer plazos y empezar a sostener, dejar de apresurar y empezar a escuchar. A veces, el mayor regalo que podemos darle a alguien que atraviesa un momento difícil es recordarle que tiene derecho a tomarse el tiempo que necesite para sanar.

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